Tiempo...hace tiempo ya

Sonido metálico en la estación Ñuble


En el aire aún quedaba un aroma de verano. Era inútil, todo había acabado ya.

El sonido advertía el cerrado mecánico de puertas. Toda la tripulación lo sabía. El sonido era monótono, grave e insoportable. Nuestras manos sudaban, y se aferraban firmemente al metal.

Desde esa posición se podía aún observar como caía la noche. El sonido aún permanecía vigente. De reojo los tripulantes se observaban antes de comenzar nuevamente el viaje. Detenidamente estudiaban –aunque de reojo- a sus compañeros de nave. Algunos más osados observaban a las pupilas. Otros aún más osados que los primeros, contestaban afirmándoles la mirada y retándolos silenciosamente.

Los nuevos tripulantes eran el centro de atención. Todos fijaban su mirada a ellos. Ellos lo sabían, pero se limitaban a mostrarse falsamente indiferentes.

Ahora el sonido pasaba inadvertido, nadie lo tomaba en cuenta. Todos mecánicamente sabíamos que en cualquier momento acabaría y procedería a encerrarnos.

En un movimiento en falso, uno de los retadores que hasta el momento se mantenía indiferente a la situación –gravísimo error- se movió agresivamente hacia la puerta y saco su calva cabeza para mirar la estación. Será para ver a las personas que circulaban, pensé yo, una alta mujer rubia, de carácter frió soltó una leve sonrisa, la cuál escondió inmediatamente para no centrar la atención de nadie. Otro tipo, gordo y sudado pensaba en la cobardía del tipo, una madre de dos pequeños hijos censuro angustiadamente la situación a sus hijos, que por poco no miraron hacia el patético hombre.

Cuando el hombre volvió a entrar por completo al vagón evito inútilmente las múltiples miradas que buscaban la suya para pisotearla. Todos sabíamos que estaba arrepentido de su error.

Al cabo de un segundo el sonido acabó, comenzaría el viaje nuevamente. El hombre levantó su calva cabeza, cerro los ojos y pensó quien sería ahora él sino se hubiese movido en falso.